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Enrique M. Rovirosa

 

Esta semana, durante su participación en la edición 2005 de la Reunión Nacional de Becarios Activos y Egresados "México siglo XXI", mismos que son patrocinados por Telmex, el destacado empresario mexicano, Carlos Slim Helú, lanzó una severa crítica por el despilfarro que se está llevando a cabo de la riqueza petrolera del país.

Al día siguiente, a pregunta expresa sobre estas declaraciones, el vocero presidencial, Rubén Aguilar, refutó los pronunciamientos del empresario aduciendo que en la administración del presidente Fox, como nunca antes, los ingresos petroleros se han repartido hacia los estados para el desarrollo de infraestructura.

La aseveración de Aguilar si bien resulta cierta, también lo es que omitió señalar que el 75% de los recursos petroleros excedentes se van a un fondo de uso discrecional y para el pago de deuda pública.

Pero independientemente del apoyo que se esté dando a los estados vía ingresos extraordinarios por la venta del petróleo al exterior, es innegable que la mayoría de los mexicanos opinamos que el gobierno -llámese federal, estatal o municipal- si está haciendo un uso deficiente de los recursos que tiene a su disposición. Y si no, a manera de ejemplos, ¿Cómo explicar el incremento tan injusto y desproporcional que han tenido las percepciones de los funcionarios públicos a lo largo y ancho del país precisamente a partir de la administración foxista? o ¿Que justifica que se gaste más en la realización de los procesos electorales y en apoyo a los partidos políticos en comparación a lo que se destina al combate de la pobreza extrema?

Es cierto que la mayoría de los mexicanos no entiende el manejo de las finanzas públicas, pero también lo es que no se necesita ser un experto en la materia para darse cuenta que si los recursos se destinan al consumo y no a mejorar y ampliar la infraestructura física del país, tal y como sucede en estos momentos, se compromete seriamente el bienestar de las generaciones futuras.

La administración federal hace alarde constante de mantener finanzas públicas sanas. Esta aseveración, al igual que otros logros que se anuncian, son verdades a medias. Y es que sólo basta preguntarse: ¿Cómo puede haber finanzas públicas sanas y a la vez empresas paraestatales y organismos descentralizados en condiciones de quebranto financiero? ¿Acaso éstos no forman parte del sector público?

Pemex es caso ilustrativo de esta paradoja. Sus ingresos significan alrededor del 10% del valor del PIB, es la actividad número uno en cuanto a la generación de divisas extranjeras y aporta alrededor del 35% de los ingresos del fisco y, sin embargo, la empresa está a punto de la quiebra. Sus pasivos suman más de 89 mil millones de dólares, mismos que resultan superiores al valor de su patrimonio, mientras que el 60% del valor de sus ventas se van al fisco.

De acuerdo a informes de la paraestatal, las reservas de petróleo económicamente explotables y listas para ser extraídas del país alcanzan para menos de 8 años y advierte que en dos años más, podríamos pasar a ser importadores netos de crudo. Para revertir esta situación, ha hecho énfasis en que se requieren realizar inversiones por alrededor de 75 mil millones de dólares en los próximos años. Y que éstas tienen que hacerse con recursos propios pues, su capacidad para obtener fondos vía endeudamiento directo y pideregas está prácticamente agotada.

En el contexto anterior, para muchos está claro que no sólo se despilfarran los ingresos provenientes del petróleo, sino que el manejo y administración de esta actividad deja mucho que desear. Por ello, algunos creemos que en un futuro no muy lejano, Vicente Fox, además de ser recordado como "el presidente del cambio" también lo será como el principal responsable de la ruina de Pemex.

Si bien es cierto que la extracción de recursos en exceso de la paraestatal, vía impuestos, se ha hecho para mantener el gasto público en ausencia de una reforma fiscal y que esto viene desde administraciones anteriores, también lo es que el deterioro de la empresa ya no puede atribuirse exclusivamente a estos factores. Fox no supo convencer a sus opositores políticos de realizar las reformas a su tiempo, como tampoco ha sabido explicar de manera clara y concisa a la sociedad mexicana, la gravedad de las cosas. Por el contrario, ha sido característica de toda su administración el autoelogio en cuanto haber mantenido una buena administración y finanzas públicas sanas. En materia de petróleo, sin embargo, las pruebas en sentido contrario resultan mas que contundentes.

La recién reforma fiscal aprobada por el Congreso, misma que permitiría a la empresa sanear su situación en los próximos años fue vetada por el propio presidente. En estos momentos se desconoce en que términos saldrá la reforma una vez revisada. No obstante, es un hecho que lo que se apruebe significará más consumo presente en vez de futuro, es decir, dará más opciones al Estado para efectuar gasto corriente en vez de inversión.

En el quinto año de gobierno, en cuanto a la situación de Pemex, el presidente Fox cayó en la misma trampa que sus dos antecesores. Prefirieron, como dice la expresión popular, "patear el bote" en vez de buscar soluciones de fondo.

Por lo anterior, a muchos nos gustaría ver que más personajes de la talla del Sr. Slim, tuvieran el valor civil de cuestionar públicamente las decisiones que se están tomado respecto al rumbo de este país. El utilizar para el consumo los recursos escasos de que disponemos, no sólo es una cuestión de índole económica sino que pone en entredicho la moralidad de quienes tienen la responsabilidad de velar por el bien de las generaciones futuras.

Viernes 9 de septiembre de 2005.

 
 

    

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