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Enrique M. Rovirosa

 

Si se dejan de lado las pasiones partidistas y se recurre al uso de la razón, el recuento de votos que pide el candidato presidencial de la coalición “Por el Bien de Todos”, Andrés Manuel López Obrador, no sólo resulta explicable sino a todas luces justificable.

Hasta ahora, según el conteo que se efectuó en el seno del Instituto Federal Electoral (IFE), el candidato del Partido Acción Nacional (PAN) obtuvo una diferencia a su favor de tan sólo 0.58 por ciento de los votos.

Si bien nadie puede negar que para ganar una contienda electoral sólo se necesita de un voto de diferencia, la verdad es que hay elementos objetivos que pudieran revertir el resultado que existe hasta ahora.

Y es que, aún si partimos del supuesto de que no hubo ningún tipo de irregularidades fraudulentas, desde un punto de vista meramente estadístico, existe la posibilidad de que la suma de errores involuntarios y sin dolo por parte de los encargados del manejo de las casillas, pudieran arrojar un resultado distinto.

Lo anterior lo saben perfectamente todos y cada uno de los contendientes y, por ello, las posiciones encontradas y extremas.

Desgraciadamente, las leyes que rigen a los procesos electorales en nuestro país no prevén este escenario. En otras naciones, está contemplado realizar el recuento de votos como algo normal en disputas cerradas como la que acabamos de vivir e, incluso, llevar a cabo una segunda ronda electoral al no haber un ganador por mayoría absoluta.

Es un hecho que tendrá que hacerse una revisión a fondo de la legislación electoral actual; no obstante, mientras esto sucede estamos ante la posibilidad real de que las posiciones entre los adversarios se radicalicen y lleven al país a un estado de enfrenamientos violentos.

Está claro que a nadie conviene llegar al punto anterior y por ello, la importancia de que se encuentre un mecanismo legal y practico que permita despejar todas las dudas que pudieran existir. Si para ello se requiere del recuento de los votos, pues que se haga.

No hacerlo y recurrir al pretexto de un respeto al “estado de derecho” no es aconsejable pues daría justificación a los seguidores extremistas de López Obrador o, a él mismo, para proseguir con una lucha por medios no convencionales, llámese de resistencia civil o de violencia.

Y es que no hay que olvidar que si existiese un pleno estado de derecho en nuestro país, por principio de cuentas, el Presidente de la República, Vicente Fox, se hubiera abstenido de intervenir –como lo hizo y lo sigue haciendo- con discursos que descalifican y confrontan a los opositores partidistas. Esto, además de ser una actitud moral cuestionable va en contra del juramento que hizo al asumir la primera magistratura.

De igual manera, la dirigencia del PAN respetaría las recomendaciones del IFE y esperaría a que el Tribunal Federal Electoral terminara de calificar el proceso electoral, antes de insistir en que su candidato es ya el ganador.

En fin, si hubiera un verdadero estado de derecho en nuestro país otra cosa sería y no habría motivos para que los mexicanos desconfiáramos de las instituciones, al grado tal, como lo demuestran los hechos diarios.

Esperemos que la razón se imponga y logre disipar la tormenta que parece avecinarse.

Viernes,14 de julio de 2006.

 
 

    

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