Enrique
M. Rovirosa
Desde poco antes de la caída del régimen
soviético, los gobiernos de México
han aceptado seguir las directrices que han
dictado los organismos financieros internacionales
en materia de política económica,
lo que se ha traducido en una apertura comercial
plena con el exterior, así como reducir
la participación del Estado en la economía
en aras de reducir -si no es que acabar- el
llamado sistema de economía mixta.
Y como dijera el presidente George W. Bush
en referencia a su política antiterrorismo,
“He who is not with us is against us”
(Aquél que no está con nosotros
está en contra de nosotros).
Si bien el gobierno no ha acallado ni perseguido
para encarcelar a quienes opinan de manera diferente,
hay pruebas más que suficientes para
afirmar que se ha adoptado una estrategia en
los medios de comunicación masivos tendientes
a minimizar y/o desprestigiar a quienes se oponen
a estas políticas.
En el caso concreto de la privatización
de Pemex, puedo decir que he seguido con detenimiento
las noticias que se publican en los principales
diarios del país, y mi percepción
es que, por cada nota en contra de esta medida,
se publican al menos diez que insisten en las
ventajas que ello traerá al país.
Asimismo, hay una clara tendencia a asociar
la oposición privatizadora a Andrés
Manuel López Obrador y sus seguidores,
como si dicha postura fuera exclusiva de él
o la izquierda mexicana, generando con ello
un sesgo informativo que no corresponde a la
realidad.
Mis observaciones anteriores no se limitan
a los acontecimientos de los últimos
meses, sino que se remonta a varios años.
Estoy seguro, que si alguien hiciera el recuento
estadístico respectivo, el resultado
no sólo confirmaría mi cálculo
numérico sino posiblemente, establecería
que me quedé corto.
En el contexto anterior, está claro
que el tema de la privatización de Pemex
está atado tanto a intereses políticos
como económicos, mismos que poco o nada
tienen que ver con la búsqueda del beneficio
general que tanta falta le hace a nuestro país.
No hay que olvidar que al petróleo no
en balde se le ha llamado el “oro negro”.
Es una materia prima peculiar, no sólo
porque se localiza en zonas que pueden calificarse
como privilegiadas sino también por actuar
como la sangre con que funciona un país.
Es un recurso no renovable, que se está
agotando más rápidamente de lo
que la mayoría percibe y constituye un
bien insustituible en diversos procesos productivos,
de ahí que las principales economías
del orbe lo consideren como estratégico
y de vital importancia para su seguridad nacional.
El estado de lucha permanente que ha caracterizado
la vida diaria en el medio oriente desde la
Segunda Guerra Mundial, tiene sus orígenes
y permanencia precisamente en los intereses
de países y corporaciones que buscan
afanosamente el dominio sobre esta materia prima.
La construcción de bases militares permanentes
en esta zona por parte de los Estados Unidos
de América es un claro testimonio de
esta realidad.
En este estado de cosas, surgen muchas interrogantes
como son: ¿Cómo es posible que
nuestro país no sometamos a un análisis
más inteligente el qué hacer con
el petróleo?
¿Por qué limitarnos a una discusión
simple y de visión cortoplacista sobre
una supuesta falta de recursos para financiar
operaciones de exploración y explotación?
¿Por qué no reconocer y evaluar
el mal uso que se ha dado a los ingresos que
ha generado desde que se le encontró
en abundancia?
Y, sobretodo, ¿Por qué no plantear
el cómo debe aprovecharse en el futuro
para evitar que nuestro país siga inmerso
en una estructura de desempleo permanente, misma
que obliga a alrededor de medio millón
de mexicanos al año a buscar sustento
en el vecino país del norte, aun a costa
de perder la vida?
Estas y otras cuestiones que se vienen a la
mente no son fáciles de responder. Sin
embargo, los economistas sabemos muy bien que
privatizar una empresa estatal no necesariamente
resuelve los problemas que tiene y, por el contrario,
con el tiempo puede agravarlos.
No me mal interprete. Estoy convencido de que
el sistema de libre competencia es lo mejor
que tenemos hasta ahora. No obstante, no podemos
pasar por alto la historia, especialmente aquella
que demuestra que los monopolios y oligopolios,
sean éstos públicos o privados,
no forman parte de un mundo ideal. Y más
aún, cuando dichos sistemas de competencia
imperfecta responden a intereses extranjeros.
Si lo que buscan nuestros políticos
con Pemex es repetir la experiencia que estamos
viviendo con la banca privatizada, está
claro que los problemas al que se enfrenta la
paraestatal no se resolverán para bien.
Es un hecho que falta una propuesta que no
sólo trate sobre la participación
de los inversionistas privados en el sector
energético sino que, de manera integral,
esclarezca cual será el papel que tendrá
la riqueza que genera este recurso en resolver
las profundas desigualdades sociales que imperan
en México. Asimismo, cómo habrá
de explotarse en el horizonte de tiempo tan
corto que se tiene en función de las
reservas probadas y probables.
Este es el verdadero dilema al que todos tenemos
derecho de saber cómo habrá de
resolverse. Por ello, lo menos que podemos esperar
es que nuestros legisladores no nos traicionen
una vez más mediante una decisión
tipo “fast track” en este tema de
vital importancia para las actuales y futuras
generaciones.
Viernes,
8 de febrero de 2008. |