Enrique
M. Rovirosa
Entre los reglamentos que se tienen en las
escuelas destacan los relativos a horarios escolares,
mismos que establecen que se negará la
entrada a las instalaciones a quienes lleguen
tarde, cuando no medie justificación
previa.
El argumento que se esgrime al respecto es
que dicha disposición se toma para que
los padres de familia nos responsabilicemos
de la puntual asistencia de nuestros hijos,
pues “tanto la asistencia como la
puntualidad son indispensables para que los
alumnos se desempeñen adecuadamente en
la escuela y no corran riesgos innecesarios”.
Por principio, hay que reconocer que todas
las disposiciones encaminadas a la seguridad
y el orden en las instituciones educativas son
bienvenidas.
No obstante, en mi opinión, no deben
interferir con la misión esencial que
tienen y que es atender y enseñar
a los niños que asisten.
Si la responsabilidad de llevar a los niños
y jóvenes a la escuela recae en los padres
de familia, no veo razón alguna para
que el castigo por incumplimiento de esta regla
se haga extensivo a los escolares. Somos muchos
los que hemos visto a niños que lloran
al momento que se les regresa a sus casas por
llegar tarde, acción que a todas luces
representa un escarmiento inmerecido e injusto
para ellos.
La enseñanza de los niños no
debe abarcar sólo la parte de destrezas
y conocimiento, también debe atender
aspectos de ética y moral.
No es función de las escuelas enseñar
a los padres de familia sino a los hijos. Y
más, tratándose de cuestiones
relacionadas al respeto y aprecio por la dignidad
humana, la libertad, la justicia y tolerancia,
la honestidad y el apego a la verdad.
Estoy de acuerdo en que deben aplicarse medidas
disciplinarias para que se cumplan los horarios
establecidos, pero éstas deben ser para
quienes incurren en la falta. Si la hora de
entrada es responsabilidad de los padres de
familia, entonces que sea a éstos a quién
se amoneste y aplique una sanción que
no afecte a los niños.
La premisa anterior es fácil de aceptar
si se tiene en claro que la misión de
las escuelas debe ser tomar en cuenta y educar
a los alumnos. Desafortunadamente, la mayoría
de las instituciones educativas no cuentan con
un documento que deje en claro lo anterior lo
que da lugar a que en muchas exista confusión
respecto a lo que es su misión, sus objetivos
y sus metas.
Así, mientras algunas consideran que
su misión está referida a la calidad
de sus programas, otras se preocupan porque
el niño pueda ser estimulado para alcanzar
su máximo desarrollo.
Para muchos, esta condición quizá
les resulte de poca trascendencia, en particular,
ante los múltiples problemas que aquejan
a nuestro sistema educativo en general. Sin
embargo, resulta significativa pues de alguna
manera ilustra lo complejo de nuestra estructura
socioeconómica que a diario se enfrenta
a una contradicción manifiesta entre
el ser y el debe ser, entre lo real y lo deseado.
Las escuelas no deben perder de vista su verdadera
misión. Insisto, no están para
educar a los padres de familia ni a los maestros,
aunque el proceso de enseñanza aprendizaje
beneficie a ambos. Están para exaltar
las cualidades cognitivas y éticas de
los alumnos que asisten a ellas.
Negar un día de oportunidades para ampliar
el universo de conocimiento de un alumno va
contra la esencia misma de lo que es y debe
ser la educación. El día que las
escuelas entiendan esto y den reversa a la practica
de regresar a sus casas a los alumnos que llegan
tarde, podremos decir que se ha avanzado.
Viernes,
29 de febrero de 2008. |