Enrique
M. Rovirosa
Este miércoles 16 de abril, en su discurso
de agradecimiento a la bienvenida que le ofreció
en la Casa Blanca el presidente de los Estados
Unidos de América (EUA), George W. Bush,
el papa Benedicto XVI hizo referencia al concepto
de libertad.
Si bien se refirió en particular a la
de carácter religiosa, entre otras cosas,
mencionó que “la búsqueda
de la libertad de América (EUA) ha sido
guiada por la convicción de que los principios
que gobiernan la vida política y social
están íntimamente relacionados
con un orden moral…” Mencionó
además, que “la libertad no
es un don, sino también una llamada a
la responsabilidad personal”, “desafío
que se plantea a cada generación, y ha
de ser ganado constantemente en favor de la
causa del bien”.
Describió que defender la libertad “es
una llamada a cultivar la virtud, la autodisciplina,
el sacrificio del bien común y un sentido
de responsabilidad ante los menos afortunados”.
Citó a su predecesor Juan Pablo II que
decía que “en un mundo sin
valores la libertad pierde su fundamento"
y que una “democracia sin valores
pierde su propia alma”.
En particular, llamó mi atención
la parte en que mencionó: "Como
vuestros Padres fundadores bien sabían,
la democracia sólo puede florecer cuando
los líderes políticos, y los que
ellos representan, son guiados por la verdad
y aplican la sabiduría, que nace de firmes
principios morales, a las decisiones que conciernen
la vida y el futuro de la Nación."
Enseguida, el papa Joseph Ratzinger reconoció
el papel de Norteamérica desde hace más
de un siglo en la comunidad internacional.
En mi opinión este primer mensaje del
pontífice durante su gira de varios días
por la unión americana, llevó
dedicatoria especial para el presidente Bush
quien, como ya es de sobra conocido, no se ha
caracterizado precisamente por su compromiso
con la verdad (el asunto de las armas de destrucción
masiva en Irak es sólo un ejemplo). Así,
de manera muy sutil, el hombre de blanco dio
una lección a quien muchos consideran
como responsable de la muerte de decenas de
miles de hombres, mujeres y niños inocentes.
Tratándose de quien dirige al país
más poderoso del planeta, es entendible
la discreción del mensaje papal.
Pero, si mi interpretación es acertada,
es seguro que este episodio sea ya motivo de
preocupación para la clase política
en México. Y si no lo es, debería
de serlo. Y es que en su visita próxima
a nuestro país (enero de 2009), el Papa
bien podría ser menos moderado con quienes
han hecho de la mentira y el manejo de verdades
a medias su forma de trabajo cotidiana. El número
de católicos en nuestro país aunado
a las condiciones de pobreza en que vive la
mayoría de ellos, bien pudieran ser fuente
de inspiración para que el Papa asuma
una postura más enérgica en contra
de quienes son responsables o hacen poco en
torno a su situación.
De hecho, sería muy bueno -desde una
perspectiva social- que todos los representantes
eclesiásticos hicieran eco de ese pasaje
Bíblico sobre la defensa que hizo Jesús
de los pobres y desamparados, cuando “atacó”
y “ofendió” a líderes
de la “sociedad civil”.
Es justo reconocer que la Iglesia Católica
en los últimos años ha adoptado
una postura más fuerte en defensa de
los pobres (sus derechos, sus libertades y su
dignidad), reclamando reformas profundas en
la economía mundial y presentando denuncias
por los atropellos a que se les somete. Sin
embargo, falta que exija a los líderes
políticos -sobretodo a quienes se dicen
cristianos- dejen a un lado la doble moralidad
con que actúan, tanto en sus vidas privadas
como públicas. Ojala y el mensaje papal
en la Casa Blanca sea el inicio de una cruzada
mayor en este sentido.
Viernes 18
de abril de 2008. |