Enrique
M. Rovirosa
Hace unos días, durante una Comida de Trabajo con motivo de la XXI
Reunión de Embajadores y Cónsules de México, el presidente
Felipe Calderón hizo alusión a aquellos mexicanos que critican a
nuestro país cuando están en el extranjero.
Su queja fue en el sentido de que a menudo lo juzgan con mucha severidad y
magnifican sus defectos y limitaciones, en lugar de resaltar sus avances.
El comentario lo hizo para pedirles a todos los funcionarios públicos
y, en particular aquellos integrantes del Servicio Exterior, que hablen bien de
México con el propósito de contrarrestar la atención que
ha puesto la prensa internacional en la violencia que libran en nuestro país
los carteles de la droga, así como las violaciones en materia de derechos
humanos.
El mandatario expresó que sabía que los hechos ocurridos han
“…captado la atención de los medios de comunicación,
generando percepciones distorsionadas o equivocadas sobre la magnitud de un problema
que sí tenemos…” Y, añadió, “…a
juzgar por la fama pública, como dicen los abogados de los países,
México es, al parecer, el peor lugar en términos de violencia.”
Pero luego refutaría esta suposición al señalar que la
tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes en nuestro país oscila entre
10 ó 12, dependiendo de la metodología empleada para medirla, mientras
que en Colombia está en 36, el triple, y en Brasil el doble.
Refirió que Brasil, es visto "como una especie de paraíso.
Es más, se lleva los Juegos Olímpicos y el Mundial". Y
luego resaltó que jamás ha escuchado a un brasileño hablar
mal de su país, a diferencia de muchos mexicanos que sí lo hacen.
Si bien el presidente reconoció que es válido disentir o criticar,
insistió en que también se debe hablar bien de México.
Reconozco que soy uno de tantos mexicanos que expresan sus críticas
no sólo en nuestro país sino también en el extranjero. Y
es que considero que este ejercicio no sólo es una práctica sana
de toda democracia sino que debe ser un deber cívico de todo aquél
que desea contribuir a forjar un mejor futuro para su nación.
Las opiniones vertidas en el exterior, aún en el caso de las que pueden
calificarse como negativas, con el tiempo constituyen una ayuda y no un perjuicio
como parece percibirlo nuestro presidente. Y es que cualquier opinión contraria,
genera presiones y reacciones que en muchas ocasiones se traducen en que se corrija
aquello que estaba mal.
De hecho, la experiencia nos enseña que la mayoría de las veces
los gobiernos reaccionan más a las expresiones que se dan en el extranjero
que a las demandas al interior de sus respectivos países.
El avance que ha tenido el crimen organizado en México al igual que
el aumento de violaciones en materia derechos humanos, es producto de la corrupción
y la impunidad que existen no sólo en las instancias relacionadas a la
seguridad pública sino en todos los ámbitos gubernamentales. La
administración del presidente Calderón se niega a reconocer esta
realidad, a pesar del reclamo generalizado en este sentido.
En este contexto, la mayoría de los mexicanos estamos hartos del nulo
avance que se tiene en los temas descritos y pese a los distintos mecanismos que
utilizamos para dar a conocer nuestro sentir, es hora que el gobierno no fija
como prioridad el combatir estos males.
En el fondo, lo que el Presidente Calderón pide a los funcionarios
y en general a todos los mexicanos, es que repitan en el exterior el contenido
de la publicidad gubernamental: expresiones propagandísticas de que todo
se hace bien, que el gobierno trabaja sin cejar, que avanzamos sin retrocesos,
etcétera.
En mi opinión, cada uno debe continuar expresándose como quiera.
Y si las críticas superan a los halagos, es porque así se percibe
el estado de cosas. El presidente debería preocuparse más por ayudar
a cambiar la percepción con acciones correctivas concretas en vez de lanzar
exhortos estériles.
Lunes, 11 de enero de 2010. |