| Enrique 
M. Rovirosa  Hace unos días tuve oportunidad de examinar la opinión que emitió 
un colaborador de un diario local en relación al mensaje que expuso el 
presidente Felipe Calderón a la Nación con motivo de su Cuarto Informe 
de Gobierno. El nombre de esta persona no es importante; sólo su punto 
de vista, pues refleja el pensar de muchos mexicanos.  En general, dicho autor encomió -según sus propias palabras- 
la entrega, decisión y arrojo que ha mostrado el primer mandatario en la 
solución de los problemas del país en un entorno político 
y económico nacional e internacional que, por decir lo menos, ha sido sumamente 
difícil.  Llamó la atención a dicho escritor, el reconocimiento público 
de Calderón a fallas importantes que se han tenido en la conducción 
de asuntos de su competencia, así como el llamado que hizo a todos los 
actores políticos y ciudadanos del país, a dejar a un lado intereses 
particulares y de grupo, en aras de sacar al país de los problemas en que 
se encuentra.  El autor finalmente señaló que si bien el primer mandatario 
tiene muchos defectos, “nadie puede negar su valor y decisión” 
para enfrentar las dificultades, como lo demuestra la lucha emprendida contra 
el crimen organizado.  En pocas palabras, el autor dedicó su artículo a exaltar del 
presidente su cualidad de hombre valiente.  Al terminar de leer el referido artículo, de inmediato se me vinieron 
a la mente la distinción entre valiente y obstinado.  De acuerdo al diccionario, una persona valiente es quien muestra entrega, 
decisión y vigor; mientras que un obstinado (terco, pertinaz, testarudo, 
empecinado, etc.) es quien mantiene “una opinión o una decisión 
por encima de los argumentos razonables de otras personas o de las dificultades 
que se presenten”.  Hay muchos temas en los que Felipe Calderón más que demostrar 
valentía, lo único que ha hecho es ganarse el calificativo de obstinado. 
Hay algunos que, incluso, lo tacharían de bravucón.  La opinión contraria no es producto de mala fe o apreciaciones subjetivas. 
En varias ocasiones el propio presidente ha dado muestras claras de haber caído 
en una actitud obsesiva.  La más reciente se dio en el marco de los diálogos por la seguridad. 
En éstos, si bien aceptó múltiples críticas por su 
proceder, antes de finalizar dicho foro dio la razón a sus opositores al 
refrendar que no cambiaría su estrategia de combate al crimen organizado 
en lo que resta de su mandato. Con ello, él mismo puso en entredicho la 
utilidad de convocatorias como ésta, en las que se considera prioritaria 
la participación de los distintos actores sociales y políticos en 
la búsqueda de alternativas de solución a los problemas que aquejan 
al país.  Así, muchos conceptuaron los diálogos como monólogos 
y, otros más incluso, calificaron la actitud obsesiva de Calderón 
de enfermiza. No se conoce un perfil psiquiátrico del Presidente Calderón (habría 
que preguntarle a la Iglesia Católica si ya elaboró uno como sucedió 
en el caso de Vicente Fox), pero en ocasiones éste da muestras de padecer 
lo que de manera coloquial se conoce como Síndrome o Complejo de Napoleón. 
Esto es, aquel que se aplica comúnmente para describir a personas de corta 
estatura con actitud agresiva, aunque en psicología se le considera un 
estereotipo social degradante. Si bien todo lo que se pueda decir del perfil psicológico del Presidente 
no deja de ser simple conjetura, en lo personal, me llaman mucho la atención 
sus apariciones en la televisión, pues sus posturas, ademanes y movimientos 
asi como su entonación de voz son propios de todo un artista. Pareciera 
que vende su imagen cual aquellos que anuncian diversos servicios y productos.  No sé cuantas horas invierta en esos “infocomerciales”, 
pero deben ser muchas como lo son sus apariciones. Ante ello, valdría preguntar 
si esa es o debe ser una de las funciones y obligaciones del Presidente. ¿Acaso, 
no sería más productivo que invirtiera ese tiempo en cosas de mayor 
trascendencia?  Coincido con quienes dicen que ser el responsable de los designios de una 
nación no es tarea fácil. Calderón está más 
que consciente de esta realidad. Y a pesar del esfuerzo que sus allegados hacen 
por mantenerlo en una burbuja protectora, alejado de las criticas y en el donde 
“no pasa nada”, cada día es mayor el número 
de personas que nos atrevemos a manifestar abiertamente nuestras diferencias a 
su manejo de los asuntos vitales del país.  Hay que reconocer que quienes disentimos con algunas políticas de Calderón, 
es probable que no tengamos razón en muchas de nuestras observaciones. 
En lo personal, siempre estoy en la mejor disposición de reconocer cuando 
me equivoco, pues se vale ser valientes pero no obstinados. Ojalá y el 
Presidente tomara en cuenta esta elemental premisa. Lunes, 6 de septiembre de 2010. |