Enrique
M. Rovirosa
Después de varias semanas de incógnita
sobre cuáles serían las condiciones
en que se haría la entrega del Primer
Informe de Gobierno del Presidente Felipe Calderón,
casi al cuarto para las doce como reza el refrán
popular, las distintas facciones del Congreso
de la Unión llegaron a un acuerdo en
el sentido de que sería un acto protocolario,
respetuoso y sobrio, en el que el primer mandatario
daría cumplimiento al mandamiento contenido
en el Artículo 69 de la Constitución
Política, al acudir a la sesión
solemne y hacer entrega del informe por escrito
pero sin el tradicional mensaje a la nación.
Y así fue. Este primero de septiembre
marcó un nuevo capítulo en la
historia de nuestro país, pues la entrega
del documento ya no fue el “día
del presidente”, otrora utilizado para
lucimiento y culto del gobernante en turno.
Tampoco se registró un ambiente propio
de una arena de boxeo, como el que caracterizó
a la mayoría de los informes de los últimos
años.
En las condiciones políticas actuales,
en donde un buen número de legisladores
de los partidos de oposición se niegan
a reconocer a Felipe Calderón como el
presidente legítimo del país,
el consenso logrado en torno a este magno evento
parecía significar un triunfo de la política,
pues daba lugar a pensar que habría nuevas
oportunidades de acuerdos y dialogo.
Sin embargo, no todo salió como se había
previsto. El Centro de Producción de
Programas Informativos y Especiales (Cepropie)
boicoteó la transmisión del mensaje
de la presidenta de la mesa directiva de la
Cámara de Diputados, la perredista Ruth
Zavaleta, quien utilizó el espacio para
dar una explicación del porqué
ella y sus colegas de partido abandonarían
enseguida el recinto parlamentario en señal
de protesta contra Felipe Calderón.
Si bien la interrupción en la televisión
fue adjudicada a un “error técnico”,
a la mayoría no nos queda duda alguna
que se trató de un acto deliberado de
censura. Muy mal para quienes se dicen respetuosos
de la democracia.
Considero que Felipe Calderón se habría
atribuido un gran triunfo si hubiera dejado
las cosas como se acordaron en el Congreso,
es decir, cumplir con el acuerdo de las facciones
y esperar, según su propias palabras,
a “… lo que este Honorable Congreso
de la Unión determine para tener un diálogo
público y directo sobre el estado que
guarda la Nación”.
Pero lejos de ello, al organizar al día
siguiente su propio día de “Mensaje
a la Nación” en los patios de Palacio
Nacional, repitió lo que tanto se criticaba
del acto que rodeaba al informe presidencial:
hacer de ello una ocasión para el lucimiento
y culto al Presidente.
El escenario montado, los invitados, la forma
y contenido del discurso, entre otros, me hicieron
recordar las mejores épocas presidenciales
del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Escuchar el llamado a las “mexicanas
y mexicanos” así como las
múltiples interrupciones por los aplausos
a un discurso que exalta logros sin mencionar
temas torales para el país (como son:
la corrupción en todos los niveles de
gobierno, la reforma administrativa del gobierno
federal, la reducción del gasto corriente,
las inversiones que requiere Pemex, por mencionar
algunos), fueron aspectos suficientes para llevarme
a pensar… Otra vez lo mismo.
Es probable que si no se hubiera armado dicho
espectáculo, el mensaje presidencial
se hubiera podido ver de otra manera, pero al
pretender ser sustituto al circo que se daba
en el Congreso, todo su mérito cayó
por tierra.
La verdad no se si se pretenda que este esquema
perdure en el futuro. En mi opinión sería
una mala decisión. Por el bien del país,
es deseable que Felipe Calderón y quienes
le rodean vean el grave error que cometieron
y rectifiquen el rumbo, independientemente del
nuevo formato de informe que decida el Congreso.
Lunes, 3
septiembre de 2007. |