Enrique
M. Rovirosa
Desde hace algunos años, varios países
han adoptado medidas de vigilancia y control
que ponen en serio riesgo las garantías
individuales no sólo de sus ciudadanos
sino los del resto del mundo, bajo el pretexto
de mejorar la “seguridad nacional”
y “combatir el terrorismo”.
En los Estados Unidos de América (EUA),
a raíz de los ataques de septiembre 11
del 2001, el Presidente George W. Bush autorizó
secretamente a la Agencia de Seguridad Nacional
(National Securtiy Agency) escuchar y grabar
conversaciones y correos electrónicos
de ciudadanos estadounidenses, sin necesidad
de solicitar las órdenes aprobadas por
el Poder Judicial que exige la Constitución.
Después de múltiples denuncias
y serias discusiones en torno a este asunto,
el mandatario estadounidense finalmente lo admitió
en 2005. Esto, junto con un serie de acciones
sucesivas, dio lugar para que en 2007 el Poder
Legislativo cediera a las presiones del Ejecutivo
y aprobara cambios a la Ley de Vigilancia de
Inteligencia Extranjera (Foreign Intelligence
Surveillance Act), misma que establece que las
actividades de espionaje serán ejecutadas
en empresas de telecomunicaciones con sede en
ese país. Asimismo, que los contactos
que establezcan extranjeros por medio de líneas
o centrales estadounidenses podrán ser
intervenidos por las agencias norteamericanas
respectivas.
Por otra parte, vale mencionar que desde hace
años existe una red de espionaje denominada
Echelon, misma que controlan los EUA, Canadá,
Gran Bretaña, Australia, y Nueva Zelanda.
Esta tiene la capacidad de interceptar comunicaciones
por radio y satélite, llamadas telefónicas,
faxes y correos electrónicos en casi
todo el mundo. Se estima que con ella se interceptan
más de tres mil millones de comunicaciones
cada día y que, además de sus
fines militares, es utilizada para espiar a
ciudadanos comunes.
En este contexto, hay un temor fundado de
que los sistemas que almacenan vastas cantidades
de información acerca de la gente se
utilice con propósitos diferentes de
los que motivaron su creación. Y es que
estas acciones se consideran como un abuso intolerable
en un Estado que se jacta de ser democrático
y respetuoso de los derechos humanos.
Actualmente, existen más de 40 demandas
en contra del gobierno norteamericano por realizar
espionaje a ciudadanos de ese país, sin
que se girase orden judicial previa. Esto fue
posible gracias a que un técnico de la
empresa AT&T denunció que se estaban
interviniendo todas las comunicaciones que llegaban
al los centros de recepción y no sólo
las de los extranjeros. En los procesos judiciales
que siguieron, el gobierno norteamericano admitió
dichas intrusiones así como el hecho
de filtrarlas, clasificarlas y guardarlas. Bajo
estas condiciones, muchos se preguntan: ¿Además
de buscar a terroristas, qué otra información
se está monitoreando?, ¿Acaso
se investigan las llamadas de miembros de partidos
políticos, medios de comunicación
y organizaciones no gubernamentales? De ser
así, ¿Con qué propósito?
En el caso de México, si bien el artículo
16 de la Constitución señala que
las comunicaciones privadas son inviolables
y establece sanciones penales a cualquier acto
que atente contra la libertad y privacidad de
las mismas, es de conocimiento generalizado
que las autoridades no respetan la Ley.
Documentos en el Archivo de Seguridad Nacional
de la Universidad George Washington en los EUA,
puestos a disposición del público,
confirman lo que muchos denunciaron por años:
que los gobiernos de los presidentes Gustavo
Díaz Ordaz y Luis Echeverría colaboraron
directa e intensamente con la red de espionaje
estadounidense. Y que no sólo fueron
dos, sino al menos tres presidentes quienes
contribuyeron a la creación de una vasta
red de espionaje en territorio mexicano.
El caso de la periodista Lydia Cacho, en la
que se le demandó por el supuesto delito
de difamación en contra del empresario
Kamel Nacif Borge y el posterior escándalo
político que tuvo lugar al implicar al
Gobernador de Puebla, Mario Marín Torres,
al darse a conocer una grabación ilegal
entre ambos personajes, no sólo puso
al descubierto la confabulaciones y corrupción
que existe en las altas esferas políticas
del país, sino también fue testimonio
del espionaje telefónico que se registra
a diario.
En 2005, el Presidente Vicente Fox firmó
la nueva Ley de Seguridad Nacional. De acuerdo
con expertos en la materia, ésta legalizó
el espionaje realizado por el Centro de Investigación
y Seguridad Nacional (Cisen) contra particulares
sospechosos de atentar contra la seguridad nacional.
De hecho, consideran que “Lejos de
servir de marco jurídico en la lucha
contra las amenazas a la estabilidad nacional,
ha resultado una coartada para legalizar espionaje
telefónico, intervenir correspondencia
electrónica y criminalizar a disidentes
del gobierno…” Esto, gracias
a que la Ley es ambigua respecto al concepto
de seguridad nacional y las amenazas a ésta.
El artículo 3º. De dicho ordenamiento
establece que “por seguridad nacional
se entienden las acciones destinadas de manera
inmediata y directa a mantener la integridad,
estabilidad y permanencia del Estado mexicano”.
Su imprecisión permite justificar acciones
como son: sigilo, acciones encubiertas y negativas
a las solicitudes de información, entre
otras.
Por su parte, el artículo 5º define
cuáles son las amenazas a la seguridad
nacional. De él se desprende que cualquier
persona que realice “Actos”
en contra de las Instituciones representa un
peligro.
Bajo este marco jurídico y la tecnología
disponible, está claro que el gobierno
mexicano tiene todos los elementos a favor para
emprender una vigilancia estrecha y continua
sobre todos y cada uno de nosotros, independientemente
que ello implique infringir los derechos de
privacidad consagrados en la Constitución.
Y más, en estos tiempos en que las palabras
adoptan el significado que quiere el gobernante
en turno.
Por si lo anterior fuera poco, no debe pasar
desapercibido que durante la XX conferencia
nacional de procuración de justicia llevada
a cabo hace unos días en la ciudad de
Villahermosa, Tabasco, los procuradores de los
31 estados del país, y el Distrito Federal,
acordaron exigir a las empresas de telecomunicaciones
adquirir equipos de intervención telefónica
con el propósito de combatir a la delincuencia
organizada, secuestros y la extorsión
telefónica. También señalaron
que propondrán a la Secretaría
de Comunicaciones y Transportes (SCT) y a la
Comisión Federal de Telecomunicaciones
(Cofetel), que el cumplimiento de éstos
u otros requisitos de avance tecnológico,
sea esencial para la obtención de nuevas
concesiones en materia de telecomunicaciones.
La noticia anterior, no llenó muchos
espacios en los medios de comunicación
debido a la cobertura que se venía prestando
a la toma de las tribunas legislativas por el
tema de la reforma energética. De igual
manera, a raíz de que se diluyó
la crónica entre otros temas que se abordaron
en la misma reunión.
Hay que destacar que la disposición
aludida tiene semejanza con los cambios que
realizó Argentina en 2004 a su Ley Nacional
de Telecomunicaciones. En ésta se obligaba
a las empresas proveedoras de servicios de telecomunicaciones
a espiar a sus clientes y a conservar la información
obtenida por un periodo de diez años,
para que en un futuro esa información
pudiera ser solicitada por la Dirección
de Observaciones Judiciales de la Secretaria
de Inteligencia de la Presidencia de la Nación.
Para fortuna de los gauchos, después
de la polémica que desataron los citados
cambios, un juez los declaró inconstitucionales
por lo que el presidente argentino, Néstor
Kirchner, ordenó derogarlos.
En mi opinión, es probable que los
procuradores mexicanos tuvieron conocimiento
del caso argentino así como de los argumentos
que señalaban que además de dar
lugar a suspicacias, vulneraba los derechos
civiles. De ser así, no me explico cómo
pudo darse consenso unánime en este tema
tan delicado.
Desconozco si la SCT o la Cofetel tienen atribuciones
para ordenar que las empresas sigan las recomendaciones
de los procuradores. No obstante, para quienes
gustan de las teorías conspirativas,
este contexto permite dar rienda suelta a la
imaginación, pues tal pareciera que se
sigue un patrón internacional para legalizar
y generalizar el espionaje oficial, aunque sea
violatorio de las libertades individuales y
vaya en contra de todo lo que representa la
democracia. Por el bien de esta última,
habrá que estar muy atentos del tema.
Sábado
26 de abril de 2008. |