Enrique
M. Rovirosa
El viernes 8 de febrero, a las 23:12 horas,
el municipio de Mexicali fue sacudido por un
fuerte movimiento telúrico de 5.4 grados
en la escala Richter. Su epicentro se localizó
a 26 kilómetros al Sureste de la ciudad
capital, cerca de la zona donde está
la falla de Cerro Prieto. Previamente, se habían
reportado catorce sismos con intensidad de 0.5
a 2.1 grados Richter.
De ese día al viernes siguiente, es
decir, en el transcurso de una semana, la entidad
registró un enjambre cercano a 400 temblores
que, como es natural, mantuvieron a la población
en un estado de nerviosismo permanente.
El lunes 11 de febrero, dos de los sismos (uno
en la mañana y otro por la noche) tuvieron
una intensidad de 5.0 y 5.1 grados Richter,
respectivamente. Esto motivó a las autoridades
de los tres órdenes de gobierno, reunidos
en el Consejo Municipal de Protección
Civil, a declarar un estado de emergencia que
llevó a suspender una serie de actividades
diarias, afectando con ello a la mayoría
de los habitantes de este municipio.
Entre dichas medidas, destacó el cierre
por dos días consecutivos de las actividades
escolares de todos los niveles, así como
de aquellas en las que se reúnen multitudes
de personas como son: funciones de cine, espectáculos
artísticos y deportivos.
La medida de cesación de acciones no
se hizo extensiva a restaurantes y bares.
También se interrumpieron actividades
en guarderías infantiles y se evacuó
el Hospital General y el edificio de oficinas
federales, entre otros.
La alerta incluyó una recomendación
a la ciudadanía de no utilizar los pasos
a desnivel ni los puentes peatonales.
Algunas empresas pararon actividades industriales
y comerciales por algunas horas y el ausentismo
laboral en muchas de ellas fue más que
notorio, especialmente en los dos días
en que no se abrieron escuelas y guarderías
infantiles.
Bajo estas circunstancias, la ciudad de Mexicali
se alteró durante una semana.
Si bien todas las precauciones que pueden tomarse
en situaciones de riesgo como ésta, para
evitar la pérdida de vidas humanas son
meritorias, la verdad es que todo indica que
las autoridades gubernamentales reaccionaron
de más y con ello, lamentablemente, contribuyeron
a generar una psicosis por una situación
de gravedad que no correspondía.
Basta decir que en las ciudades vecinas de
Calexico, Brawley o El Centro, California, las
autoridades norteamericanas se limitaron a emitir
las alertas correspondientes en estos casos
a la población así como a los
servicios de protección civil, sin recurrir
a ninguna suspensión de actividades como
se hizo en Mexicali.
Y es que de acuerdo al Southern California
Earthquake Center (Centro Sismológico
del Sur de California), el enjambre de movimientos
telúricos que se presentaron en el periodo
si bien tenían el potencial de ocasionar
daños menores, no apuntaban hacia una
probabilidad alta de una sacudida mayor. Por
ello, el estado de alerta para la zona no pasó
de amarillo durante toda la semana.
Hay que subrayar que hasta ahora, no existe
un método científico que permita
predecir con exactitud cuándo, dónde
y de qué magnitud habrá de presentarse
un sismo por lo que la metodología probabilística
del SCEC bien podría estar errada; sin
embargo, es el mejor método que se tiene
para informar de manera seria y objetiva a la
población y con ello, evitar una situación
de pánico indeseable.
En este contexto, pude afirmarse a que la alerta
roja que emitió el Consejo de Protección
fue excesiva y que no se analizaron detenidamente
las repercusiones sociales y económicas
que la disposición implicaba.
Hasta ahora, nadie ha dado a conocer un cálculo
sobre el impacto económico de paralizar
actividades; no obstante, es seguro que la cifra
ascienda a varios millones de dólares.
Cada quien en sus respectivo ámbito de
actividad o negocio tendrá que absorber
dicho costo mientras se regresa a la normalidad.
En mi opinión, esta experiencia no debe
pasar desapercibida pues ha puesto a descubierto
no sólo omisiones de quienes están
para vigilar el bienestar general de la población,
sino problemas de corrupción asociados
a la infraestructura pública existente.
La ciudad de Mexicali está ubicada en
una zona que desde hace 15 años fue catalogada
como zona de peligro sísmico, es decir,
que puede llegar a sufrir graves daños
a consecuencia de un temblor con una magnitud
de 7 ó más grados Richter.
Nuestros vecinos del norte, a raíz del
estremecimiento que padeció la zona de
Loma Prieta en San Francisco en 1989, han tomado
conciencia de los altos riesgos a que están
sujetos las zonas urbanas por donde pasa la
connotada falla de San Andrés, por lo
que han adoptado una serie de planes y acciones
tendientes a mitigar los efectos en caso de
presentarse un evento telúrico mayor.
Así, desde hace varios años,
las jurisdicciones del Estado de California
reformaron sus códigos de construcción
para hacerlos más estrictos, a la vez
que han ejecutado una serie de programas tendientes
a reforzar obras de infraestructura básicas
como son: escuelas, hospitales, puentes peatonales
y carreteros, entre otros.
En el caso nuestro, la falta de atención
en la materia resulta inquietante.
El Director de Protección Civil de Baja
California reconoció que las escuelas
del Estado no cumplen con los requerimientos
de seguridad apropiados en caso de un sismo.
Puso como ejemplo, el que muchas de ellas no
cumplen con el requisito de tener puertas que
abran hacia afuera.
Por su parte, el Secretario de Educación
Pública en el Estado señaló
que, al menos, 65 escuelas resultaron dañadas,
14 de ellas con carácter serio, lo que
pone en tela de juicio el estado que guardan
la mayoría de las estructuras escolares
en la zona.
La evacuación del Hospital General y
otros edificios públicos así como
las recomendaciones de no utilizar los pasos
a desnivel y puentes peatonales evidencia lo
que muchos han denunciado respecto a la calidad
y solidez de estas obras. Más aún,
cuando muchas de ellas fueron construidas hace
menos de una década, lo que presupone
que debieron tomar en consideración el
peligro sísmico de la región.
México es un país que se caracteriza
por un alto grado de impunidad y corrupción.
Esta condición, al combinarse con un
movimiento telúrico mayor como el que
puede llegar a presentarse en Mexicali, puede
significar la diferencia entre perder cientos
o miles de vidas e incurrir en pérdidas
materiales que vayan de menos a una cantidad
extrema.
En este contexto, resulta lamentable ver cómo
decisiones que afectan la vida se toman de manera
improvisada, sin consultar a las partes expertas
y con claros visos de encubrir omisiones y corruptelas
de administraciones públicas pasadas.
Por principio, es necesario exigir que las
autoridades especifiquen el por qué decretaron
una alarma roja cuando las circunstancias no
lo ameritaban. De igual forma, aclaren cuál
es el estado real que guardan las escuelas y
los edificios públicos evacuados a efectos
de implementar un plan de corrección,
en los casos que así lo ameriten.
No está por demás solicitar también
una revisión de los parámetros
a considerar en un futuro, tratándose
de la suspensión de actividades y el
desalojo de edificios de alto riesgo.
Viernes,
15 de febrero de 2008. |