Enrique
M. Rovirosa
Todo indica que los procesos electorales a realizarse el próximo domingo
5 de julio, se distinguirán por un alto grado de abstencionismo –alrededor
del 70 por ciento o más del electorado registrado- así como por
una nueva forma de protesta de una parte significativa de la población,
misma que habrá de manifestarse a través del denominado “voto
blanco” o “nulo”. También, por un número
menor de ciudadanos que procederán a votar por candidatos independientes
así como de algunos que romperán su boletas electorales y depositarán
los pedazos en las urnas.
Algunos estiman que el voto nulo podría llegar a representar un porcentaje
mayor al que obtendrán los partidos pequeños. Así, hablan
de que podría ubicarse en una cifra cercana al 10 por ciento del sufragio
total emitido.
Mientras esto sucede, los políticos junto con la alta burocracia y dirigentes
de diversos sectores, lejos de ver esta situación como un llamado de atención
a la pésima percepción que tenemos la mayoría de los mexicanos
de ellos, se desgarran las vestiduras calificando estas expresiones de rebeldía
como una afrenta a nuestra incipiente democracia. Se niegan a aceptar lo que es
evidente para todos: que los ciudadanos hemos llegado a un grado de hartazgo tal
que deseamos plantearles -por todos los medios pacíficos a nuestro alcance-
un enérgico llamado para que cambien las cosas.
El voto nulo no es algo nuevo. En todas las elecciones del mundo, los ciudadanos
recurren a esta forma de expresar su inconformidad cuando se les presentan candidatos
que no llenan sus expectativas. Como forma de expresión individual, no
tiene mayor trascendencia, pero cuando se vuelve un acto de masas –como
se percibe que así será en nuestro país en esta elección
- lo menos que hace es poner en entredicho la legitimidad del sistema político,
los partidos y de aquellos que resulten electos.
En estas condiciones, el abstencionismo (acto de no acudir a las urnas) junto
con el voto nulo y los candidatos independientes se convierten en una manifestación
de repudio colectivo hacia los gobernantes, misma que si no es debidamente atendida
puede dar lugar a un estallido social.
Para quienes gustan de coincidencias, el año 2010 presenta una similitud
con los grandes movimientos sociales de los años 1810 y 1910: el de hartazgo
social. Si bien es cierto que las circunstancias son muy distantes a la problemática
económica, social y política de aquellas épocas, existen
elementos símiles suficientes para dar vuelo a la especulación.
En 1810, la explotación desmedida de la corona española llevó
al pueblo de México a una hartura tal, que finalmente desencadenó
en el movimiento armado de Independencia. Y lo mismo sucedió en 1910 cuando
la población, cansada de un gobierno déspota y sordo a los reclamos
de injusticia, ausencia de democracia y falta de libertades, llevó a la
insurrección que ya todos conocemos.
Hoy día, al igual que en los periodos previos a las luchas armadas,
es ampliamente perceptible el distanciamiento entre gobernantes y gobernados.
Los primeros viven como dice el refrán popular “a cuerpo de Rey”,
gracias a sus excesos sobre el erario público. Asimismo, en un estado donde
para ellos no existe la Ley: la impunidad y la corrupción están
a la vista de todos y desgraciadamente nadie hace nada por erradicarla.
La campaña del voto blanco se da en un marco que pone en entredicho
la existencia de un régimen de democracia, pues está demostrado
que en los hechos da lo mismo quién gane las elecciones. Y es que, al final
de cuentas, las decisiones relacionadas a los temas fundamentales del país,
se pactan entre las dirigencias de la nueva partidocracia que nos gobierna, al
margen de lo que opinamos la mayoría de los mexicanos. En este contexto,
los procesos de análisis y discusión al interior de las Cámaras
de Diputados y Senadores, no pasan de ser simples ejercicios mediáticos,
pues cada bancada emite su voto conforme a las indicaciones de sus cúpulas.
La verdad, creo que los políticos en nuestro país deberían
agradecer la nobleza de los mexicanos. A pesar de los abusos que han cometido,
todavía se buscan formas pacificas de inducirles a cambiar. Pero no deben
confiarse, pues todo tiene un límite. Y ese término bien podría
marcarse a partir de la respuesta que den a la sociedad después de pasado
el proceso electoral y finales del 2010.
Para aquellos que piensan que el porcentaje de los que habrán de emitir
un voto en blanco resulta muy pequeño en relación al total de electores
registrados, es necesario destacarles que el grueso de dichos votantes serán
jóvenes, burócratas e intelectuales, en su mayoría de clase
media, entre otros. Y que es precisamente en este estrato de población
donde la historia refiere que surgen los grandes movimientos de transformación
de un país. Por ello, hay que subrayar que si no se atiende esta expresión
como se merece, bien podría ser el preludio de una rebelión.
Viernes, 19 de junio de 2009. |